Fue así q los seguimos unas cuantas cuadras hasta llegar al lugar de la fiesta. Entramos y todos nos miraron con esa cara de sorpresa q se pone cuando alguien ajeno entra en un lugar equivocado, nuestra primera sensación fue tensa, pero minutos después ya bailábamos y saltábamos como uno mas de los amigos del cumpleañero.
La noche no había comenzado bien, al menos para mí. Una vez más había sucumbido al deseo de llamarla para avisarle de mi visita a la ciudad, ella como siempre sonó encantada por el teléfono y renovó mis esperanzas, ingenuas esperanzas, de vernos. Algo q no ocurrió, aunque en esta ocasión decidí dejar de hacerme cargo de su maldita adicción a la ciclotimia, y salir a disfrutar la noche con amigos.
La pista de baila se había convertido en el altar de ritos sicodélicos, lo cual me puso nervioso, así que me dirigí a la improvisada barra donde siempre me siento más a gusto. Saque de mi bolso el paquete de cigarrillos importados, regalo de mi hermano de su viaje por Europa, y encendí uno para acompañar el bourbon.
Entre pitadas trato de abstraerme del caos en q se ha convertido la casona, hasta q algo me devuelve a la realidad. No fue poca mi sorpresa al sentir q alguien olfateaba mi nuca. Al darme vuelta una hermosa boca roja susurra en mi oído “perdón, siempre me ha gustado el olor a los cigarrillos negros mezclado con perfume. Espero no haberte ofendido.”
Para cuando ella termino de decir estas palabras, con un español medio raro, yo ya estaba enamorado de cada una de las partes de su cara, entregado a su voz e hipnotizado por su sonrisa. Ella lo noto al instante y haciendo un gesto ampuloso extendió su mano y me dijo “Sophie, un gusto”, para luego quitarme el cigarrillo y darle una extensa calada.
Sophie LeClair era una chica francesa q había venido a Argentina a mejorar su español y conocer algunos lugares turísticos, hacia tres meses q estaba en el país y esta era su ultima semana. Su vocación de actriz se percibía en cada uno de sus histriónicos movimientos.
Minutos después sentados en la terraza, hablábamos, reíamos y nos dedicábamos a vaciar la botella q ella había capturado de un cuarto detrás de la barra. El amanecer nos encontró ebrios y prometiéndonos amor eterno.
A media mañana ya no había nadie en la casa y decidimos irnos, pasamos por un mercado y llenamos dos carros con provisiones, compramos cientos de cigarrillos en la esquina de su casa e hicimos la última parada en la librería de usados de enfrente. Mientras yo cargaba con las bolsas, ella abrió la puerta y entramos al edificio.
Los 7 días q siguieron los pasamos encerrados en su departamento alquilado de Palermo. Estábamos todo el tiempo tirados desnudos en algún rincón del monoambiente, fumábamos, leíamos, cogiamos, desconectados de la realidad, no teníamos noción del tiempo, a decir verdad no teníamos noción de absolutamente nada. Solo nos importaba ese universo paralelo q se había creado entre nosotros.
Escapábamos al sueño hasta caer rendidos de cansancio, para horas después despertar abrazados.
Estábamos alcanzando la eternidad, o al menos eso creía yo hasta el día q desperté solo en el departamento. En ese momento mis pies volvieron a tocar tierra y me conecte a la realidad para leer la nota de Sophie q decía: “fue una hermosa fiesta”.
Muy bueno