Volviendo de uno de mis viajes al sur, decidí pasar por la capital simplemente a visitar amigos, recorrer un poco sus calles, que siempre de una manera u otra me inquietan, y como excusa para desempolvar la vieja agenda con número de antiguas señoritas.
El viaje transito por todos los caminos comunes. Sobre todo este, que como es común en mis regresos, fue en colectivo. Esté se detuvo alrededor de las cinco de la tarde en la Terminal, y luego de acomodar correctamente mi mochila en la espalda, me dirigí con prisa a la estación de subte más cercana. Minutos más tarde me encontraba en la puerta del edificio de mí siempre protectora amiga Ana.
Ella no estaba en casa, lo cual me resulto extraño ya que estaba informada sobre mi llegada. Dos horas y medio atado de cigarrillos después apareció acompañada por una amiga. No fue poca su cara de sorpresa al verme sentado junto a la puerta del ascensor, no por mi presencia sino por el hecho de que yo este dentro del edificio. Luego de explicarle la inusual hospitalidad de una de sus vecinas, y haciendo bromas sobre mi cara de buen chico, subimos a su departamento en el ultimo piso.
Mentiría si dijera que su amiga no me llamo la atención desde el primer momento. Su sonrisa tenía algo especial y había un poder hipnótico en esos ojos encuadrados en un marco naranja. Esa noche las charlas siguieron la senda que se sitúa entre lo efímero y lo impersonal, nada fuera de lo común. Varias rondas de mate después, y cuando la noche se estaba armando, ella decidió irse. Bajamos juntos y nos despedimos con un abrazo y un nos vemos pronto, que nunca tuvo la oportunidad de sonar a presagio. Ella tomo rumbo norte, hacia su hogar, y yo rumbo sur en busca de cervezas y cigarrillos.
Los dos días que siguieron fueron más que normales. Música, porro conversaciones, porro, películas, porro, libros, porro, alcohol, porro.
Ana, su pareja y yo viviendo en una realidad setentista.
Hasta que un martes (creo que fue un martes) organizamos una fiesta para festejar el cumpleaños de Ana. Vinieron todos sus amigos incluida ella, comimos, tomamos, fumamos. Todo en un espacio de 8 x 4.
La noche fue maravillosa aunque la mía transito, como es costumbre, por rutas paralelas. Realmente no podría recordar ni una sola cara de aquella madrugada, excepto la suya.
En realidad no podría explicar como paso, pero terminamos durmiendo juntos en su colchón, y por un momento creí que la felicidad era algo real, era algo posible. Charlamos, nos besamos, cogimos, charlamos, nos besamos, cogimos. Caminamos por la ciudad, nos conocimos, tiramos abajo nuestras murallas de un solo martillazo. Planeamos un futuro utópico, nos inundamos el uno del otro, retrazamos nuestros relojes para que no llegara ese momento. Pero como el tiempo es inevitable ese momento llego.
Yo llene mi mochilla de miedos, ella se cubrió con su pasado y nos dijimos adiós.